clasismo, internacionalismo, socialismo

“Algo debe cambiar y la vía no se encuentra trazada por un desarrollo dentro de los marcos que nos ofrece el capitalismo. Ningún desarrollo en este marco garantizará las necesidades de los millones de niños, mujeres y hombres de América. Ninguna inteligente acción desarrollista-nacionalista que no ponga en juego la cuestión del poder para la clase obrera y el pueblo y la sustitución del capitalismo por el socialismo, garantizará esas necesidades.”

martes, 27 de septiembre de 2016

Pequeños apuntes para un debate sobre la relación entre los instrumentos de dominación y las resistencias a los mismos



“- ¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
- Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar.
- No me importa mucho el sitio.
- Entonces, tampoco importa mucho el camino.” 
Lewis Carrol
(Alice in Wonderland)

“La verdad no pertenece al orden del poder y en cambio posee un parentesco originario con la libertad: otros tantos temas tradicionales en la filosofía, a los que una "historia política de la verdad" debería dar vuelta mostrando que la verdad no es libre por naturaleza, ni siervo el error, sino que su producción está toda entera atravesada por relaciones de poder. La confesión es un ejemplo.”
Michel Foucault
(
La Volonté de Savoir)

Estas líneas que comienzan no pretenden ser un ensayo; serán, a lo sumo, un ensayo de ensayo; una aproximación desde la duda como método y desde una posición cercana a la de abogado del diablo.
Será desordenado; con seguridad. Tendrá la intención, que espero plasmar, de resultar provocativo. Pretendo, desde cierto acercamiento extremista y absurdo, mostrar lo que, muchas veces, aun desde el territorio de los justos reclamos, las justas reivindicaciones y las justas luchas, termina siendo -desde el antagonismo- una réplica (en negativo) de lo mismo que denunciamos como injusto, criticamos como inadecuado y combatimos como inaceptable.
Iré, por tanto, desde un extremo absurdo a otro extremo también absurdo; no porque piense o sostenga que las posiciones extremas son tal cosa sino porque, y he aquí la base del pensamiento que pretendo desarrollar, creo que ciertas formas de reclamo, ciertas formas de reivindicación, ciertas formas de lucha, no solo no combaten lo injusto sino que reproducen, aunque de manera diferente, el mecanismo de injusticia que sustenta el actual statu quo y, en el mejor de los casos, hipoteca la posibilidad de modificar ese estatus e, ineficazmente, conduce a un callejón sin salida o, en todo caso, a la salida que proponen quienes, desde ese statu quo referido, tejen las intrincadas redes de dominación y las inextricables marañas que nos amarran a la realidad.


La coyuntura como atrapamoscas
Los medios de desinformación masiva, que en los hechos son formadores de opinión masiva y pertenecen a grupos de poder, y los supuestamente alternativos, que pretenden no pertenecer a grupos de poder, generan contenidos de manera abrumadora; las redes sociales son un constante espejo donde visualizamos nuestras carencias, intereses, preferencias, frustraciones, apetencias; o creemos eso. Quizá adquirimos ideas de carencia de elementos que no deseamos y mucho menos necesitamos; intereses que no son tales o no son los nuestros; preferencias que son moda y no elección consciente; frustraciones que se generan solo y exclusivamente a partir de un aparente elegido click inducido desde afuera; apetencias como ejercicio estéril e infundamentado desde opciones elegidas por otros.  En realidad toda esta desinformación-formación-conformación es parte del arsenal ideológico que se utiliza como armamento cultural para dominarnos desde una no evidencia de la dominación. Es una barrera cultural proactiva; es el armamento que se utiliza en los lapsos que existen entre períodos en que se saca a luz y al terreno concreto la utilización de armamento material real. Un arma de fuego es una herramienta; un arma ideológica es un insumo. Tomamos para nosotros insumos generados por quienes nos dominan y disparamos sobre nosotros mismos.
Luego de ver u oír un desinformativo-formativo-conformativo pasamos horas o días hablando del tema de portada o del sobresaliente (portada o elemento sobresaliente que son elegidos desde un interés concreto).
Ingresamos a las redes sociales y pasamos horas publicando o comentando sobre y acerca de los temas predominantes –aquellos que fueron elegidos desde un interés concreto como de portada o sobresalientes- y volcados desde los medios masivos a los alternativos; estos temas fueron generados por los medios imperativos y trasvasados a los alternativos de manera articulada y consciente. La alternativa a lo dominante es, entonces, una oferta de quienes dominan.
Analizamos –eso creemos- él y los fenómenos sin estudiar los hechos; sin estudiar el desarrollo de los hechos; sin estudiar las causas de los hechos y, muchas veces, sin siquiera comprender que estos hechos ni siquiera son hechos. O son hechos elegidos a partir de la selección entre otros muchos hechos. Se eligen ciertos hechos; se ocultan otros; hablamos de lo que se nos ofrece como menú aunque no tengamos apetito. Somos el alimento servido a la mesa de otros creyendo que somos comensales en nuestra propia mesa. Somos moscas que se adhieren a una trampa impuesta mientras creemos que somos pájaros que vuelan en libertad.


Todos somos cualquier cosa
Ayotzinapa; Charlie Hebdo; París bajo atentados; mujer asesinada por su pareja; perro asesinado por su dueño; fiscal Nisman; migrantes ahogados en el Mediterráneo; transexual acosada por la policía; almacenero rapiñado.
Dejando de lado la posibilidad de una marcada esquizofrenia y aceptando –provisionalmente-  la factibilidad de que, sincera y honestamente, nos ocupe y preocupe cualquier cosa; dando por buena la hipótesis de que un perro asesinado por una persona y la muerte de centenares de seres humanos que escapan a una geografía -supuestamente más conveniente- tengan igual importancia; manejando con buena voluntad la idea de que cambiando una foto de perfil, accediendo a la pretensión de utilidad de marcar públicamente nuestra indignada posición en una red social y accediendo también –por el momento- a la pertinencia de comentar cómo nos hace sentir que desaparezcan 43 estudiantes o que a un cuentapropista le lleven la recaudación del día, cabe aún cuestionar algunas cosas; otras cosas. Y analizar.
En principio cabe preguntarse si cabe cuestionarse acerca de cuántos días serían correctos para tener una foto diciendo 43 antes de cambiarla por todos somos Charlie Hebdo; sin entrar a cuestionar aquí si podemos a la vez o alternativamente; cabe preguntarse si cabe solidarizarnos con los estudiantes asesinados y con una supuesta revista humorística con un perfil específico determinado.
¿Podemos decir yo soy Nisman y pedir justicia por lo sucedido en Charlie Hebdo? ¿Podemos indignarnos por los atentados de la organización Estado Islámico e indignarnos simultáneamente por la muerte de centenares de personas que intentan –sin permiso manifiesto de los estados europeos- ingresar a Europa? ¿Podemos un día indignarnos porque un perro mata a un niño y a la tarde de ese día porque un adulto mata a un perro? ¿Podemos solo  indignarnos y colocar una foto en un perfil y dar gritos a un cielo virtual desgarrándonos virtualmente para generar ecos virtuales en un territorio virtual? De hecho los hechos demuestran que sí; se puede. Podemos ser cualquier cosa; podemos hacer cualquier cosa. Pero ese podemos y ese cualquier cosa es podemos y cualquier cosa en el terreno de la virtualidad; virtualidad que nos conceden –virtualmente- quienes provocan, permiten, difunden y privilegian –realmente- los hechos que nos indignan; hechos narrados por los narradores que, a su vez, tienen lazos de filiación estrecha con quienes producen los hechos que nos indignan. Hechos reales; narraciones virtuales; reacciones virtuales. Reaccionamos en el estéril, inconducente, onanístico y eunuco rincón del ciberespacio. Hemos huido de la realidad; hemos rehuido la acción; hemos derruido la conciencia; hemos destruido la protesta. Somos cualquier cosa; virtual, por supuesto.

La diversidad como fragmentación
Yo me reivindico, tú te reivindicas, ella y él se reivindican, nosotras y nosotros nos reivindicamos, vosotras y vosotros quizá no pero ellas y ellos nos sugieren cómo, dónde, cuándo, por qué, para qué y hasta qué punto.
Y ese punto siempre será el políticamente correcto.
La pregunta, en este punto, consiste en cuestionarse acerca de si lo políticamente correcto es lo políticamente necesario y permítaseme citar a Hegel: “
Todo lo real es racional y todo lo racional es real”; pero esto es una parte del pensamiento hegeliano al respecto. Agrega Hegel: “la realidad, al desplegarse, se revela como necesidad”.
Asumamos que nos encontramos en un punto donde intentamos equilibrar lo real con lo racional y lo racional con lo real pero comprendamos que en el decurso, en el desarrollo, en el desenvolvimiento hay una necesidad y existen momentos en los cuales el correlato objetivo entre lo real-racional, lo racional-real convive en contradicción en tanto necesidad.
Aterricemos esto a ejemplos concretos. Hemos reivindicado los derechos en relación con la diversidad de género, de opciones, de orientaciones sexuales; hemos reivindicado los derechos de minorías en relación a color de piel; hemos reivindicado derechos postergados de sectores marginados por cuestiones económico-sociales; hemos reivindicado especificidades en base a una lectura de lo real-racional; de lo racional-real.
Hemos legislado en favor del matrimonio entre personas de igual sexo.
Hemos legislado en favor de cierto número de mujeres en listas electorales.
Hemos legislado en favor de cubrir necesidades básicas de sectores excluidos.
Hemos legislado en favor de protección de derechos de personas con capacidades diferentes. Hemos legislado en función del favor de varios etcéteras. Y digo “hemos” desde el supuesto de una hipotética representatividad de los órganos legislativos.
Hemos reivindicado la diferencia, la minoría, lo desigual y lo hemos hecho cuotificando, accediendo, asistiendo, concediendo pero cabe llevar esto al absurdo para analizar si, en ese sendero, no estamos cayendo en un absurdo más sutil, menos visible y, de alguna manera, más discriminatorio que los hechos que generan la discriminación.
Otro ejemplo concreto: a las personas que antes le llamábamos negras ahora debemos llamarlas afrodescendientes y generamos leyes para los afrodescendientes; acto seguido se acabó la discriminación. Las palabras son mágicas; una persona de piel oscura ya no será discriminada por tener la piel oscura y gozará de todos los derechos de los cuales gozan las personas de piel blanca y pasará a ser discriminada en tanto persona a secas; las personas blancas, a quienes -para no discriminar- deberíamos llamar eurodescendientes, sin importar si sus progenitores son europeos, americanos, asiáticos, africanos u oceánicos podrán seguir siendo discriminadas por otras razones pero no de manera “negativa” en un estatus de superioridad ya que las personas negras –ahora afrodescendientes- serán discriminadas “positivamente” en un estatus de igualdad; por el camino del absurdo se llega a ver mejor la realidad.
No todas las personas de piel oscura son descendientes de personas africanas; no todas las personas de piel clara son descendientes de personas europeas; no se ha legislado en relación a la discriminación de personas de otro color de piel, quizá sea por cuestión de cantidad o masa crítica pero entonces algo falla.
La lucha por la igualdad de derechos de las personas con opciones de género y orientaciones sexuales diferentes –cabe preguntarse diferentes a qué- parece concluir en que el Estado ha permitido que contraigan matrimonio. El Estado ha concedido un derecho que ya existía; se ha luchado por un derecho de una manera asimilada al sistema; no hemos llegado al registro civil tomados de las manos dos hombres o dos mujeres reivindicando nuestro derecho en tanto personas en el marco de una supuesta democracia republicana; hemos mendigado una ley que nos normatiza desde lo diferente; ergo: luchando por la igualdad hemos asumido la diferencia y nos han tratado diferente para asimilarnos como iguales y –nuevamente- cabe preguntarse iguales a qué. El Estado continúa normatizando y canalizando las luchas mientras nosotros evadimos y evitamos la lucha frontal contra el Estado. Prosigamos por la línea del absurdo y llevemos lo absurdo relativo al plano de lo absurdo extremo.
Supongamos por un instante que yo soy mujer, lesbiana, afrodescendiente pero además soy madre soltera con cinco hijos a cargo y pertenezco a un sector social expoliado y sumergido en lo económico, social y cultural; supongamos que soy hombre eurodescendiente heterosexual aunque en una o dos oportunidades he practicado sexo con personas del mismo género y pertenezco a una clase social acomodada y con un nivel cultural alto.
¿Cómo me reivindico en el primer caso? ¿Cómo me reivindico en el segundo caso? ¿Reclamo una cuota? ¿Reclamo una legislación? ¿Acudo a los medios? ¿Me asocio a los iguales? ¿Confronto con los diferentes? ¿Genero alianzas tácticas?
Supongamos que las minorías deben reivindicarse en tanto minorías y asumamos –provisionalmente- que toda reivindicación culmina en una graciosa y gentil dádiva legislativa de los órganos representativos, la cual deviene en una taxativa y metódica cuotificación.
Una persona “eurodescendiente-católica-homosexual-ciega-inmigrante” escapada de una guerra en algún lugar de Europa, sin trabajo y sin estatuto jurídico. ¿Por dónde debería comenzar el sinuoso sendero de la justa reivindicación de sus derechos? Una opción sencilla sería reivindicarse como persona humana; otra posibilidad sería golpear las kafkianas puertas palaciegas en busca de la última etiqueta de especificidad que el Estado ha diseñado. Hemos dejado de luchar para reclamar, en el mostrador de turno, la etiqueta que los poderosos acceden a entregarnos como símbolo de igualdad; reclamamos una diversidad la cual, lejos de incluirnos, nos excluye de lo que nos iguala en tanto seres humanos sujetos de derecho.

La ausencia de posicionamiento
como reivindicación de posición
Ya seamos moscas que juegan a ser pájaros; ya seamos una foto que metamorfosea en un perfil que deambula sobre la cresta de la ola desinformativa; ya pertenezcamos a un colectivo específico de una minoría específica o no hayamos definido claramente a qué colectivo plegarnos deberíamos, al menos eso intento sostener (puedo estar profundamente equivocado), asumirnos en función de que somos individuos en una sociedad determinada en un momento histórico determinado y estamos sujetos a relaciones económico-sociales-culturales específicas y determinadas. Pertenecemos, además de a especificidades particulares, a una clase social. Existe una clase que detenta el poder de diversas maneras; hasta el momento, quienes sufrimos ese poder, hemos luchado, en la mayoría de los casos, en la mayor parte de la historia, en favor del sistema; creyendo, soñando, que le combatimos.


Alejandro Quino García Ruiz